domingo, agosto 27, 2006

Una lección, General

En el mismo lugar, donde hace 50 años tiros de fusil segaron la vida de nueve estudiantes, los sobrevivientes de la Generación del Medio Siglo reescribieron su historia. Una placa devela las hazañas que tumbaron al general Gustavo Rojas Pinilla.

Nelly Mendivelso R.
María Claudia Rojas R.*

Uno a uno, con la misma puntualidad y pulcritud que caracterizó a las damas y los caballeros de mitad de siglo, fueron llegando a la cita que los reuniría con su pasado. Aunque sus rostros, surcados por profundas arrugas, ya no eran los de aquellos estudiantes osados, cuyas luchas inquietaron todo un régimen dictatorial, era evidente que sus convicciones permanecían incólumes ante el olvido, cincuenta años después.

La excitación se mezclaba con la ternura del reencuentro, en medio de abrazos sentidos. "Fue una mala hora", coincidían en repetirse unos a otros los más de 80 ancianos congregados. Solo ellos sabían por qué estaban allí, y, seguramente, también el Cristo, testigo silencioso de aquel momento emotivo. No importaba la mirada indiferente de los fieles habituales de la misa del mediodía. Tampoco su ignorancia sobre los hechos trágicos del 8 y 9 de junio, que escribieron una página en la historia del país, y que los reunía esta vez en la Catedral Primada de Bogotá. "Fue una mala hora", se lamentaban, "somos los sobrevivientes".

Sobrevivían a los disparos de fusil de la famosa carabina punto 30, que por esos días estrenaban los soldados del Batallón Colombia, ex combatientes en la Guerra de Corea. Cómo olvidar ese 9 de junio de 1954, cuando una multitudinaria marcha estudiantil reclamaba al Gobierno una respuesta por el asesinato del estudiante de Medicina Uriel Gutiérrez Restrepo, a manos de la Policía en los predios de la Ciudad Blanca, la tarde anterior.

Aunque indignados, los universitarios peregrinaron pacíficamente desde la portería de la calle 45 de la Universidad Nacional, pasando por la calle 26 y la carrera 7, hasta la calle 13, donde fueron contenidos por un pelotón del ejército, que "a punta de bala" les impidió llegar hasta el Palacio de San Carlos. El mismo luto acentuado de ese sombrío 9 de junio embargaba la conmemoración del cincuentenario de la masacre más grande del estudiantado a mitad del siglo XX. Sollozos y recuerdos los unían en la Basílica Mayor.

Carnaval sombrío


Periódico de la Federación de Estudiantes Colombianos, que aglutinó a los universitarios del país, sin clasismos y abierto a la libertad de expresión.

Como cada 8 de junio, costeños y paisas jugaban fútbol en los prados del campus cercanos a la calle 26, contienda que cerró las celebraciones del Día del Estudiante. Esa mañana, "bachilleres y universitarios cundieron, como si fuera un huracán de alegría y juventud, recintos y corredores de las aulas del saber", recuerda el ex ministro Crispín Villazón de Armas.

Como cada año, ese día se realizó la peregrinación al Cementerio Central para visitar la tumba de Gonzalo Bravo Pérez, víctima de los disparos oficiales en 1929. La caminata recordaba por qué se había instaurado esta fecha: el estudiante de Derecho representaba el inconformismo que la sociedad de la época tenía frente a la corrupción del gobierno de Miguel Abadía Méndez. El 8 de junio, la Guardia Presidencial que hacía frente a manifestantes empeñados en hacer cerrar los cafés, lo mató. Bravo Pérez "con su sangre había firmado el acta de defunción de la 'rosca' y el 'manzanillismo' que azotaba la ciudad", recuerda Carlos Medina en la obra Día del Estudiante. Crónicas de violencia 1924-1954.

Pero una fatal coincidencia del destino hizo que los carnavales se convirtieran en duelo inesperado. El animado partido de fútbol fue interrumpido por la llegada de un piquete de la policía que apareció "espontáneamente" en la Ciudad Blanca y disparó contra el grupo de estudiantes, segando la vida de Uriel Gutiérrez, el mismo día que 25 años atrás había visto caer a Bravo. Uno de sus compañeros, el abogado y economista Eduardo Arias, contó que "después de almuerzo, presenciábamos el juego, cuando aparecieron policías y se pararon al frente, indisponiéndonos. El ambiente se fue calentando y Uriel cerró con alambres la puerta de la Universidad, situada en la calle 26". Después de discutir ante la orden de la fuerza pública de abandonar el campus, un nuevo pelotón apareció minutos después y disparó. "Como Uriel era más alto, medía 1,80 metros y yo 1,65, una bala alcanzó su frente. 'Mataron un estudiante', gritaban escandalizados los jóvenes. Cuando me levanté, vi el cuerpo inerte de mi amigo tirado en el suelo".

Versiones históricas, algunas veces convergentes y otras divergentes, muestran que los hechos pudieron tener varias raíces. Una, el cambio del 8 de junio como Día del Estudiante para el 1 de abril, por orden del Gobierno. "Esta disposición secreta solo se hizo pública cuando nos aprestábamos a conmemorar el 8 de junio de 1954", revela Villazón de Armas, agregando que se intentó suprimir sus tradicionales celebraciones a cambio de "carne y alcohol".

La otra, se atribuye a la huelga de los estudiantes de odontología contra los "teguas". La intención de dar licencia a los "sacamuelas", apoyada por el decano de la Facultad, Rafael Malo Bolaños, desató ese día una gresca, que para el arquitecto Alberto Corradine explica la presencia "casual" de los uniformados. "Mientras se liaban a golpes con puños y ramas de árboles, una desafortunada llamada telefónica del secretario general de la Universidad a la policía ocasionó semejante tragedia. Ese fue el problema".

Estos dos factores apenas aclaran lo sucedido ese día, pero el problema se agudizó. Se acercaba el primer aniversario del gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla y la masacre ponía en tela de juicio su figura de pacificador, después de la cruel violencia bipartidista. La extraordinaria simpatía que suscitaba por haber liberado al país del autoritarismo de Laureano, empezó a desdibujarse con la muerte del humilde estudiante de 24 años, hijo de un educador, oriundo de Aranzazu (Caldas), que cursaba cuarto año de Medicina y segundo de Filosofía y Letras. Por primera vez mostró su cara de dictador. "El presidente no rectificó, no tomó medidas en contra de este asesinato", concluyeron jóvenes como Eduardo Gómez, que habían visto en el general una luz de esperanza.

Este poeta y abogado revivió en las celebraciones del 9 de junio de 2004 el momento nefasto. El corto tramo que lo llevó con cerca de 80 amigos desde la Catedral Primada a la Calle Real de Santafé de Bogotá (esquina de la calle 13 con carrera 7) para descubrir una placa de mármol, traería a la mente de la Generación de Mitad de Siglo no solo la muerte de Uriel sino la de nueve mártires más.

Al día siguiente

Diez nombres, indelebles en la historia del país, iniciarían la caída del régimen de Rojas Pinilla. En memoria de Uriel Gutiérrez Restrepo, Álvaro Gutiérrez Góngora, Hernando Ospina López, Jaime Pacheco Mora, Hugo León Velásquez, Hernando Morales, Elmo Gómez Lucich, Jaime Moore Ramírez, Rafael Chávez Matallana, Carlos J. Grisales, reza la placa que queda como documento para las nuevas generaciones. "Sépanlo, por aquí corrió sangre", exhortó Villazón de Armas.

El 9 de junio de 1954, por primera y única vez, 10.000 estudiantes de las universidades Javeriana, Externado, Andes, Libre, El Rosario, Gran Colombia, América y algunos de bachillerato se unieron al dolor de los de la Nacional, en una protesta por los hechos violentos del día anterior. "Fue emocionante el batir de los pañuelos blancos, al encuentro de los jóvenes de la Nacional y la Javeriana", evoca el médico javeriano Alfonso Becerra. La avanzada transitó con normalidad hasta llegar al cruce de la calle 13 con carrera 7; "al frente iban las mujeres armadas de belleza, coraje y dulzura", dice Villazón. "Eran más de 20 cuadras llenas de pañuelos blancos", poetiza el Himno de la FEC, compuesto, entre otros, por Álvaro Rojas.

Allí una tropa impidió el paso de los manifestantes. En espera de poder hacerlo, se sentaron en el asfalto. Uno de ellos llamaba a la tranquilidad, mientras se trataban de adelantar conversaciones con el ministro de Gobierno, Lucio Pabón Núñez. De la Calle 12 aparecieron unos refuerzos militares cuando intempestivamente sonaron descargas cerradas, se escucharon tres ráfagas de los combatientes de Corea que dejaron nueve cuerpos de estudiantes sin vida y varios heridos.

Esta relato, narrado a UN Periódico por los sobrevivientes, dista de versiones que desde la época se han dado por ciertas. En honor a la verdad, los representantes de la Generación del Medio Siglo, hombres y mujeres entre 70 y 80 años, intentan de viva voz acercarse a la realidad. En contraste, la versión oficial achaca la responsabilidad a "fuerzas oscuras" de sectores laureanistas y comunistas, empeñados en desprestigiar la "buena marcha" del general. Los ministros de la época dicen que vieron salir disparos de uno de los edificios aledaños al sitio de la manifestación, que dieron justo en el cuerpo del sargento que comandaba la tropa. "Los soldados cayeron primero, yo lo vi", dijo el ministro de Justicia, Gabriel París, quien seguía los hechos desde una ventana de su despacho; "en estas condiciones era elemental que la tropa disparara en legítima defensa", cita El Tiempo en su edición del 10 de junio de 1954.

Estos hechos estaban inmersos en un contexto global. Es necesario recordar que en ese entonces la Guerra Fría marcaba las decisiones políticas de las naciones; en el caso colombiano, los acontecimiento del 8 y 9 de junio fueron registrados por la prensa norteamericana y europea de manera distinta. Según una revisión del historiador de la Universidad Nacional, Medófilo Medina, el New York Journal- American y el Daily Mirror los interpretaron como "una acción decidida del Gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla en el combate contra el comunismo". En ese ambiente macarthista, era natural la explicación del brigadier general Duarte Blum, miembro de las fuerzas militares colombianas, quien adjudicó la tragedia a una patraña de laureanistas y comunistas. Entre tanto, la mirada europea se reflejaba en Neue Zürcher Zeitung un periódico de Zürich como el comienzo del divorcio entre el gobierno con la sociedad colombiana. El cronista resaltaba con verdadera indignación la tranquilidad con que el ministro París siguió la masacre desde un edificio próximo. Para el historiador Medina, ya era evidente la terminación de la luna de miel, no solo del general con la sociedad, sino del ejército con la misma, y, por supuesto, "los inductores de este proceso fueron los estudiantes", concluye.


Como símbolo a la memoria de quienes cayeron y un mensaje a las generaciones de hoy reposa en el edificio Murillo Toro, una placa con diez nombres imborrables en la historia del país.

Sin tirar ni una piedra

Los hechos del 8 y 9 de junio jamás fueron condenados por el general Rojas, como esperaban los estudiantes. Éstos en su dolor, y ante la tragedia, convirtieron el comité de carnavales en comité estudiantil y así surgió la Federación de Estudiantes Colombinos (FEC), que sin proponérselo haría el principal contrapeso al régimen.

Era el momento de reclamar nuevamente la autonomía universitaria, establecida mediante la Ley 68 de 1935, cercenada por Laureano Gómez,. El estudiantado, con la participación de la mayoría de las universidades del país, se aglutinó en la FEC. "La Federación debe asentarse sobre una organización vertebrada y efectiva", decía el periódico Junio en su primera edición, que circuló el 8 de octubre de 1954. Organización a la que Rojas Pinilla respondió con el nombramiento del coronel Manuel Agudelo como rector de la Universidad Nacional. "No vamos a analizar los méritos del coronel, ni a polemizar con nadie sobre ellos. Él es un hombre de armas"; además, "el nombramiento de un rector militar en nada difiere de la intromisión policial a la Ciudad Universitaria en la trágica tarde del 8 de junio", controvirtieron los jóvenes en el documento censurado Condiciones para dirigir la Universidad . Un mes después, la acción de los estudiantes, que se botaban al césped cuando veían llegar al rector, custodiado por sus oficiales, dándole a entender que podían ser víctimas de sus balas, lo tumbó.

De ahí en adelante, una serie de presiones al régimen de Rojas, como la famosa carta que criticaba la moral del gobierno, con más de 1.200 firmas, publicaciones clandestinas con propuestas políticas, sociales, económicas y culturales "a la patria", la convergencia de grupos disímiles en pensamiento y condición social, dieron base a la ruptura. El país empezó a entender que no había cambiado nada. Como lo expresa el ex ministro Eduardo Suescún, "habían cambiado los saludos y los abrazos, pero el aparato represivo que acompañó a Laureano Gómez se mantenía intacto". En últimas, el desencanto del estudiantado frente al pacificador, que comenzó con la muerte de Uriel Gutiérrez, terminó invadiendo a la sociedad, que vio determinante sacar al dictador.

Medio siglo después, vale la pena preguntar qué pasó con ese movimiento estudiantil y con esas ideas reformistas a las que tanto se les temió. Pareciera haber ganado el miedo a sus planteamientos, pues sin haber tirado una piedra, su instinto natural de libertad y democracia les permitió convertirse en la esperanza de renovación. "El movimiento contra Rojas tuvo tanto éxito y cabal interpretación que los sectores políticos tradicionales se asustaron, y desplazaron a la juventud unida para tomar el comando de la oposición", reflexiona Eduardo Suescún.

Análisis coincidente, en parte, con las investigaciones del historiador Médofilo Medina, que ubica, luego de la Generación del Medio Siglo, "la conciencia antiimperialista de los estudiantes a partir de los años sesenta", cuando se forman las capas medias, con la organización de los maestros en sindicatos, a expensas del movimiento estudiantil. "La ilusión de hacer vanguardia pierde su sentido sociológico, pues el estudiantado ya no encuentra elementos mesiánicos": libertad y democracia.

Los mismos que se "descubrieron" en placa que brilla en la esquina de la calle 13 con carrera 7 como legado a la juventud para retomar formas "civilistas y democráticas" de lucha. Son otros tiempos. Aquellos en que la juventud se debatía entre la desesperanza, la miseria y la represión, pero no por ello con menos talento para ser artífices de otro de los anales en la historia nacional.

Novelistas y poetas, ministros y jueces, diplomáticos y médicos, científicos y líderes del campo. Llegaron a viejos, libres, con la tranquilidad de haber enaltecido a Colombia, casi silenciosamente. La Generación del Medio Siglo, ¡presente!

* Periodistas Unimedios.